Es solo sexo (Parte XI)

Es solo sexo

Mitologías

Los dos mirábamos al techo. Fumábamos. Yo estaba a punto de consumir mi primer cigarrillo cuando ella ya iba por la mitad del segundo. Sin apagar el primero, había encendido el siguiente, punta con punta. Es una práctica que requiere cierta destreza y mucha habilidad en el cálculo a simple vista de las distancias. Te colocas un cigarrillo en la boca y debes acercarte la punta candente del otro hasta el extremo del que tienes apagado. Los dos extremos se tocan a escasos centímetros de tu cara, obligándote a ponerte bizco, lo que reduce considerablemente la percepción de la distancia real, entre un extremo y otro. Docenas de narices han sido operadas por cirujanos plásticos por malas mediciones. Una vez, logras que contacten las dos puntas, debes tener el temple suficiente como para controlar, tanto el vaivén de tu mano como la presión que aplicas de un cigarro a otro. En casos de nerviosismo extremo, mejor utilizar un encendedor. Luego, sencillamente, solo deben estar juntos y para nada apoyados. Si apoyas uno contra otro, lo único que consigues es soltar la bola de fuego del cigarrillo encendido que acabará cayendo sobre tu pecho sin llegar a encender el…
—¿En qué piensas? —Siento que interrumpe mis pensamientos, pillándome totalmente desprevenido.
—Emmm… —titubeo— …en que fumas demasiado.
—¿Seguro? —Me intimida.
Intenta sonsacarme la verdad de mis pensamientos pero no puedo decirle que estaba teorizando con la habilidad de encender cigarrillos por contacto de unos con otros. Si se lo cuento, cogerá la ropa y se irá medio desnuda de casa, cerrando la puerta de un portazo. Sé que lo hará.
—Y tan seguro, fumas demasiado.
—Yo no —me replica.
—¿Cómo que no? —Pregunto muy convencido.
He conseguido que me crea. Cuando uno consigue estos pequeños triunfos, el resto discurre con facilidad. Paras el primer ataque frontal y gracias a que has convertido el inicio de un interrogatorio en lo que parece una conversación, se le diluye la sensación de que que estabas totalmente distraído.
—Eres tú la que está fumando un cigarrillo tras otro —continúo sin darle tiempo a que responda.
Lo mejor para disimular que estabas pensando en tus cosas es reaccionar con fuerza, haciéndote con el control del interrogatorio. No solo provocas que ella deba pensar más que tú, si no que, además, demuestras que no mientes, que estabas pensando precisamente lo que has contestado. Eres tú el poseedor de la verdad, lo de ella… solo son suposiciones e imaginaciones. Luego está paralelamente, esa sensación que le acabas transmitiendo: sus cosas te interesan.
—Ese es el segundo después de follar mientras que yo aún…
—¡Joder, basta! —Me corta y aplasta el cigarrillo en el centro del cenicero que tenía a mi lado.
—Bueno, es tu problema si no quieres reconocer que fumas demasiado…
Suele pasar cuando contraatacas con tanta determinación como lo he hecho. Me he pasado, he acabado acorralándola sin querer. Sabe que llevo razón y se ha ofendido, no quiere reconocer que su adicción al tabaco se ha duplicado. Ha huido hacia adelante ciegamente, como un jabalí mal herido. Es el momento de estar unos instantes en silencio, ella aprovechará para reflexionar y asumir la derrota, mientras que yo puedo regresar a lo mío.

Silencio.

Para encender un cigarrillo apagado con la punta de otro cigarrillo pero prendido, no hay que esperar a que esté muy agotado. La bola de fuego del cigarrillo encendido se agarra más firmemente si aún tiene tabaco del cual sujetarse. Es decir, cuanto más cerca de la boquilla, más frágil está y tiene más facilidad para desprenderse. Ahí al final, las hebras de tabaco no se entrelazan entre sí, por lo que…
—¿Me tomas por imbécil? —Ella vuelve a romper la tranquilidad.
—Emmm… —Es una pregunta retórica, no necesita respuesta, pero ella es así: hace preguntas retóricas esperando respuestas—. Claro que no, fumar es adictivo y caemos atrapados por sus productos químicos, independientemente de estar cuerdos o locos, tener un coeficiente fuera de lo común o deficientes, listos o gilipollas. —En este punto, he de reconocer que me estaba gustando—. El tabaco no conoce estatus sociales, razas o…
—¡Sé que no estabas pensando en nada en lo que tu y yo, pero sobre todo yo, esté implicada!
—Te equivocas —espeté con contundencia— estaba pensando en algo relacionado contigo.
A ver, ¿quién puede negarme que no estaba diciendo la verdad? Estaba pensando en lo de los cigarrillos gracias a ella. ¿Está relacionado, no?
—Ah, ¿sí? —Exclama con retintín.
—Claro, fumas demasiado.
—No te aguanto más, me voy —dice secamente, sin alterarse, sin mostrar ninguna emoción.
—¿Te vas? —Sí, ya lo sé, es una pregunta estúpida. Si te acaban de decir que van a hacer una cosa, preguntar inmediatamente si la van a hacer es estúpido. Pero, hay que reconocer que es un buen recurso cuando no tienes otro.
—Vuelvo con mi novio —suelta sin rodeos.
La sentencia cae como una losa encima de la cama, aplastando las sábanas arrugadas y haciendo que todo se tambalee por el peso.
—Ex… —aclaro relajadamente— …novio, dirás.
—En realidad, nunca hemos dejado de vernos.
En ese momento, no puedo reprimirme y estallo en una carcajada. Me río pero, ciertamente, no sé muy bien por qué. Bueno, sí. Me río porque, lo que ha dicho, no es verdad. Ha desvelado el secreto para intentar joderme, para que mi orgullo quede a ras del suelo. Sin que yo pueda agregar otra pregunta como la de antes, esa misma que pregunta lo que te acaban de confirmar, prosigue:
—Por si te estás preguntando hasta qué punto él sabe que follo contigo, algo que por otro lado dudo que te preguntes, tiene una respuesta sencilla: él sabe lo nuestro mientras que tú, no sabías lo nuestro.
¿A qué coño le llama ella «respuesta sencilla»?
Se levantó de la cama, recogió la ropa del suelo y empezó a vestirse con mucha tranquilidad sin mirarme ni un solo instante. Lo más importante para ella, en esos momentos, era que toda su vestimenta le quedara puesta a la perfección. Creo recordar que nunca la había visto vestirse con tanta tranquilidad en todo este tiempo. Una vez estuvo vestida, alzó la vista y me miró directamente a los ojos. Yo seguía tumbado, medio desnudo encima de la cama. Hice un leve movimiento por intentar salir de entre las sábanas y ponerme de pie pero ella, levantó la mano, me mostró la palma en clara alusión a que me quedara quieto, allí donde y como estaba.
—Un día de estos, te llamo y tomamos un café.
Se dio media vuelta y salió de la habitación en dirección a la puerta de salida de la casa. Aproveché para incorporarme y quedarme sentado, esperando el portazo.
Fue entonces, cuando escuché que me gritaba desde la entrada:
—No te preocupes, no pienso dar ningún portazo al salir.
—Te lo agradezco —dije sin gritar pero con el volumen suficiente como para que pudiera oírme.
—Bueno, lo he pensado mejor —me replicó.
Escuché como abría la puerta, imaginé como cruzaba el umbral y cerraba la puerta tras de sí. Blam! Inmediatamente después, en la minúscula fracción de un segundo, un objeto cayó al suelo rompiéndose en mil pedazos.
—¡Joder! —Grité.

Mentalmente, analicé el ruido que acababa de escuchar e intenté asociarlo con los objetos susceptibles de caer por la vibración provocada por una puerta al cerrarse violentamente. Dí con algunos candidatos pero me decidí por uno: la figura de la diosa griega Afrodita.
—¿Un café? —Me pregunté—. Eso no es follar.

Abril, 2011


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