¿Volveremos a vernos?
Los dos mirábamos el techo en silencio. Fumábamos. «Juraría que finalmente, —pensé—, ya no solo fuma después de follar» por la destreza con la que cogía ahora el cigarrillo. Me llevé el mío a la boca y apresándolo con los labios, inundé mis pulmones de humo gris y nicotina. Retuve por unos instantes todo aquel veneno en el interior y dejé escapar el resto por las fosas nasales. «A no ser que —continué elucubrando— se pase las 24 horas del día follando… incluso cuando duerme» y sonreí.
—¿Por qué sonríes? —Me preguntó al descubrirme.
—Cuántas veces follas con tu… —hice una ligera pausa para cambiar el tono de voz interrogativo a plano pero adornado con algo de sorna— …novio.
—¿Hasta qué punto te interesa tanto?
—Simple curiosidad —le dije—. Siempre he pensado, que por transmisión de fluidos, besarte es como chuparle la polla a tu novio.
Con un gesto brusco, se abalanzó hacia el cenicero que yo sostenía apoyado en el pecho agarrado con mi mano derecha para que no resbalara cayendo en las sábanas, y apagó su cigarrillo aplastándolo con más rabia que pericia. Lo dejó medio encendido, humeante, apestando aún más la habitación y saltó de la cama al suelo.
—Eres un puto cerdo, —concluyó.
—Ja, ja, ja… —solté una carcajada e intenté explicarme—: no estoy diciendo que vengas con restos de semen en tu boca después de mamársela a tu novio. Me refiero a que la imaginación me juega estas malas pasadas y…
No pude terminar la teoría que siempre había sustentado sobre la cadena de fluidos que se crea entre dos personas cuando practican sexo porque el sonido de la puerta del baño, al cerrarse, me avisó de que era inútil seguir explicándome si quería que ella me entendiera.
—¿Ya te vas? —Le pregunté cuando vi que al salir del baño empezaba a vestirse.
No me respondió. Observé su rostro serio y comprendí que se había ofendido. Me quedé en silencio mirando como iba cubriendo el cuerpo con prendas de ropa hasta que quedo vestida por completo. Era evidente que se iba, sí.
—¿Volveremos a vernos? —Intenté saber qué futuro me esperaba pero con un gesto decidido, se colgó el bolso de su escuálido hombro y dando media vuelta, desapareció de delante de mis narices sin romper su silencio.
La oí caminar por el resto de la casa en dirección a la puerta de salida y solo fue en ese momento en que abrió la boca para despedirse:
—Depende de cómo te encuentres! —Me gritó desde la otra punta de la casa.
—¿A qué te refieres? —Le pregunté alzando la voz a la vez que saltaba de la cama para encaminarme hacia ella.
—No follo con mi novio desde que me contagió la gonorrea —me dijo— y me ha salido un herpes en la boca… ¡cuida tu polla!
—¡Joder! —Exclamé y aceleré el paso para conseguir atraparla y que me contara cuánto había de verdad o mentira en su amenaza antes de que huyera de casa.
Escuché abrirse la puerta de la calle y me puse a la carrera por completo pero al llegar a tener en mi campo visual la puerta solo pude ver que se cerraba de un tremendo portazo.
—¡Maldita sea! —Grité—. ¡Un día vas a derrumbar el puto tabique!
Agosto, 2010